Una muerte digna
He sido siempre un fiel defensor de la eutanasia. Considero la misma como la interpretación por analogía del derecho a la vida y a la propia dignidad pero es precisamente ahí, en la dignidad,donde se produce una perversión del lenguaje por la que no debemos transigir. Es decir, no debemos caer en el error de interpretar, a sensu contrario, que la eutanasia supone el derecho a una muerte digna y que, a sensu contrario, elegir la opción de continuar viviendo bajo aquellas condiciones que los defensores de la eutanasia consideran indignas (para ellos), resulta indigno.
Si caemos en esa falacia estamos incurriendo en el mismo mal que los que se situan en contra de la eutanasia. De este modo, lo que es indigno y por lo que luchamos los defensores de la eutanasia es no poder elegir que hacer con nuestra vida. Ahí reside la indignidad. No queremos con ello significar o dar a entender que vivir postrado en una cama sea indigno sino que lo que resulta de tal modo es no poder elegir si vivimos postrados en una cama o finiquitamos nuestra agonía.
No quieran, por lo tanto, hacernos comulgar con ruedas de molino ni pongan en nuestra boca afirmaciones que jamas hemos realizado transnmitiendo a la opiniíon publica que nosotros establecemos la linea maniqueista que separa la dignidad de lo indignio más allá de la elección libre.
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